Descubrí por qué mi hijo se porta bien en la escuela, pero tiene crisis en la casa

Mi esposo y yo decimos (en broma) que nuestro hijo llegó al mundo gritando y nunca se calló. Justo después de su nacimiento sentí que algo raro estaba pasando. Su llanto incontrolable, sus problemas con la alimentación y su dificultad para conciliar el sueño y permanecer dormido fueron mis pistas. También tenía retrasos de motricidad gruesa y problemas de autorregulación.

Cuando cumplió seis meses fue evaluado por una terapeuta ocupacional infantil, quien indicó que tenía dificultades del procesamiento sensorial. Yo tenía muchas preguntas: ¿Qué significa eso? ¿Tendrá problemas en la escuela y con sus amigos? ¿Estará…bien? Ella respondió lo mejor que pudo, pero yo no pude entender del todo a qué nos estábamos enfrentando.

Al entrar a su primera infancia, la advertencia de la terapeuta de que podría tener crisis más frecuentes e intensas adquirió un nuevo significado. ¿Intensas y frecuentes? En realidad eran ¡explosivas y constantes!

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Gracias a la terapia ocupacional, las crisis de mi hijo se hicieron menos frecuentes a medida que fue creciendo. Pero seguían siendo intensas. Así que en preparación para su transición al kínder, empecé a mentalizarme. “Espera lo mejor, pero prepárate para lo peor”, se convirtió en mi lema. Me preparé mentalmente de que tendría problemas en la escuela y advertí a la maestra de las conductas que podría observar, como llorar, desconectarse y negarse a participar en las actividades del aula.

Para mi sorpresa, no hubo ningún problema durante la primera semana de escuela. No hubo lágrimas ni crisis. Mi hijo parecía genuinamente emocionado de estar en kínder. Su maestra lo describió como “un niño ideal”.

“Es cooperador, sigue las instrucciones y escucha. Es sociable y no tiene dificultad para participar”, me dijo, “¡ojalá tuviera 20 como él!”.

“¿Ves?”, bromeó mi esposo, “te preocupaste por nada”. Me sentí aliviada y sonreí en señal de aprobación.

Sin embargo, hacia la mitad de la segunda semana algo cambió. Mi hijo parecía estar bien cuando lo recogí en su salón para llevarlo a casa. Sin embargo, tan pronto como nos subimos al auto me pidió algo de comer. Cuando le contesté que no tenía nada, empezó a gritar y a patear mi asiento.

“¡Tengo hambre! ¡Quiero comer algo ahora mismo!”.

Eso continuó durante todo el camino a casa. Cuando llegamos, se enfocó en su hermano pequeño como blanco de su agresión, empujándolo y arrebatándole un juguete. De repente, las crisis se convirtieron en lo normal la mayoría de los días al llegar de la escuela. Sin embargo, la maestra me informó que seguía portándose bien en la escuela.

La gran diferencia entre su conducta en la escuela y en casa me hizo reflexionar. Si es un estudiante modelo en la escuela, ¿por qué no puede serlo en casa? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Necesita más “disciplina”?

Cuando tengo dudas de madre, la primera persona a quien busco es a nuestra terapeuta. Al haber trabajado con niños y familias durante más de 30 años, ella es una fuente de sabiduría en lo que respecta a comportamientos difíciles. Cuando la puse al tanto de las crisis de mi hijo después de la escuela, inmediatamente disipó mis dudas maternas.

Esto es lo que aprendí: mi hijo está tratando de controlarse en la escuela. De hecho, nuestra terapeuta nos explicó que está esforzándose muchísimo para lograrlo. Él está procesando demasiadas cosas durante el día escolar, un nuevo entorno, nuevas rutinas y nuevas habilidades sociales y académicas. En realidad, para él es completamente normal y común comportarse bien en la escuela, y descontrolarse cuando regresa a un entorno que es familiar y seguro.

Esa explicación me pareció lógica. Mi hijo no necesita más “disciplina”. Lo que necesita son más estrategias y herramientas que lo ayuden a tranquilizar su agitado sistema nervioso.

Empecé por intentar diferentes estrategias sensoriales. ¿Las ganadoras? Darle algo de merendar de su agrado justo después de buscarlo en la escuela, tener a mano un recipiente sensorial en el auto durante el regreso a casa y ofrecerle una actividad táctil relajante para que juegue después de la escuela. Además, tenemos muchas almohadas para hacer luchas de almohadas (una manera de liberar energía que no es peligrosa).

Aunque no puedo decir que estas estrategias han puesto fin a las crisis sensoriales de mi hijo después de la escuela, sí las han reducido. Ahora, cuando él pierde el control, me digo a mí misma que sus crisis son una válvula de escape de su día en la escuela. Él está haciendo lo mejor que puede. Después de una crisis, lo abrazo y le digo lo mucho que lo amo.

Descargue una hoja informativa acerca de las dificultades del procesamiento sensorial que puede entregar a maestros, amigos y familiares. Y lea lo que dice una mamá que finalmente entendió lo que se siente tener dificultades sensoriales.

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